El cultivo del tomate ha cobrado gran importancia en Venezuela en los últimos años. Para 1961 se estimaba una superficie cosechada cercana a las 4.000 has., y en 1976 prácticamente se duplica con 7.560 has. En los actuales momentos, la superficie bajo producción debe haberse
incrementado aún más, en respuesta a la creciente demanda ya los altos precios del producto en el mercado.
A la par de ese incremento en las área cultivadas, también se ha observado un aumento proporcional de las poblaciones de
insectos plagas y tal situación podría explicarse de la manera siguiente:
a) El cultivo intensivo a lo largo del año en un área dada, provee alimento en forma permanente a la plaga.
b) El control de tales plagas se ha basado principalmente en el uso de insecticidas, sin tomar en cuenta los efectos negativos al ambiente y al hombre, utilizando calendarios de aplicación de tales productos aún cuando las poblaciones de insectos plaga no estén causando un daño económico.
En las principales zonas tomateras del país (Lara, Aragua, Guárico y Carabobo), las plagas conocidas vulgarmente como "palomiIlas" o "gusanos minadores" (Lepidópteros de la familia Gelechiidae) representan una de las mayores limitantes para la producción de esta hortaliza. Entre las especies que
afectan el tomate tenemos:
1) Scrobipalpula absoluta (Meyrick) "minador del tomate" el cual puede afectar otros cultivos como papa y berenjena; y
2) Phthorimaea opercule[[a (Zeller) "Minador de la papa", esta especie además de atacar al tomate, causa serios daños a la papa (hojas y tubérculos) y al
cultivo del tabaco.
En lo referente al daño causado por estos insectos, éste es producido por las larvas. Dichas larvas afectan al tomate en las hojas,
brotes tiernos y frutos. En las hojas, éstas penetran entre las dos epidermis y van consumiendo el mesofilo (tejido interno) dejando áreas traslúcidas denominadas comúnmente minas. En brotes tiernos y frutos, las larvas consumen los tejidos internos formando galerías irregulares. Los frutos son atacados principalmente en
su base cerca del pedúnculo.
El ciclo de vida de las especies señaladas anteriormente es muy similar a la vez muy corto, llegándose a completar el mismo, desde la fase de huevo adulto (capaz de oviponer), en un período cercano a los 26 días para nuestras condiciones.
Si analizamos un poco lo relativo al corto ciclo de vida de estas especies tendremos una idea del número de generaciones a lo largo del ciclo del cultivo. Considerando que la mayoría de las variedades de tomate utilizadas comercialmente tienen un crecimiento indeterminado, lo cual permite que una misma plantación sea
mantenida hasta por 6 meses, tendremos una idea muy general de número de generaciones durante el ciclo del cultivo. Sin embargo, la situación en las zonas tomateras como en el Valle de Quibor es aún más compleja, ya que las siembras de este cultivo se hacen en forma continua durante el año. Esta permanencia del cultivo
induce a la superposición de generaciones de la plaga año tras año.
Si agregamos a toda esta situación el uso irracional de productos químicos como única medida de control utilizada, bien podría
explicarse la actual posición como plagas de primera importancia, ya que, no es extraño el resurgimiento de resistencia de las plagas a tales productos, incrementando cada vez más los costos de control, sin obtener resultados satisfactorios.
En los actuales momentos estas plagas están siendo controladas con insecticidas piretroides sintéticos. No obstante estos productos tienen un costo muy elevado y a mediano plazo se pueden presentar problemas de resistencia. En este sentido existe la necesidad de incluir otro tipo de alternativas de control para dichas plagas
como serían las medidas culturales y de tipo legal, entre éstas rotación de cultivos (excluyendo por supuesto rotación entre las solanaceas atacadas), eliminación de socas o
restos de cosecha, zonificación del cultivo y regulación de épocas de siembra que permitan una separación de áreas cultivadas tanto en el tiempo como en el espacio.
El control biológico (uso de parásitos y depredadores) es una de las medidas que amerita estudios en este caso para determinar su efectividad. Estas acciones por supuesto que no van a excluir el uso de insecticidas. Sin embargo los mismos deben utilizarse con criterios ecológicos y racionales, tratando de manejar las
poblaciones plagas, no erradicarlas, ya que esto es imposible biológicamente.
Últimamente en la Estación Experimental El Cují se ha venido trabajando con sustancias químicas, pero no como insecticidas, sino como atrayentes denominados feromonas, encontrándose resultados muy satisfactorios, ofreciendo otra perspectiva para manejar estas poblaciones de insectos que al ser atraídos a una fuente
de dicha sustancia son capturados con trampas, disminuyendo de esa forma los niveles poblacionales de adultos.
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